Las frutas viajeras que ya sentimos mexicanas
En los mercados sobre ruedas en México, es común ver las montañas de mangos, piñas, plátanos y limones. Son parte de nuestro día a día, de nuestras aguas frescas, licuados, salsas y postres pensamos que son "...tan mexicano como el molcajete”, ¿no? ¡Resulta que la mayoría no!
El mango, la piña, el limón, la manzana, la naranja, la mandarina y el plátano llegaron a México desde Asia, después de largos viajes por mar, conquistas, intercambios comerciales y siglos de adaptación.
Un clima que las abrazó
Lo asombroso es que estas frutas encontraron en México algo muy parecido a su hogar original: sol generoso, lluvias, suelos vivos, climas tropicales y templados. Aquí no solo sobrevivieron, sino que se adaptaron, se diversificaron y se volvieron parte de nuestra identidad. Hoy no concebimos una mañana sin jugo de naranja, un antojo sin mango con chile, o una comida sin limón. Se integraron tan profundamente a nuestra gastronomía que olvidamos que alguna vez fueron “extranjeras”.
El mago ataulfo es un híbrido y variedad de mango mexicano, de Chiapas resultado de una mutación natural del mando Manila de Filipinas en nuestra tierra. Fue descubierto en 1963 en la finca de Ataulfo Morales Gordillo. En 2003 se le dio la denominación de origen. Se produce en 23 estados
Las frutas que sí nacieron en esta tierra
Sabemos bien que México es cuna de frutas maravillosas que muchas veces no reciben el mismo reflector. Entre las verdaderamente originarias de nuestro territorio están: La papaya La tuna El chicozapote El mamey El aguacate El jitomate La guayaba
Estas frutas no solo nacieron aquí: crecieron junto a nuestras culturas ancestrales, formaron parte de rituales, medicinas tradicionales y de la alimentación cotidiana desde hace siglos. Son, literalmente, hijas de esta tierra.
Comer también es una historia
Cada fruta que ponemos en nuestra mesa cuenta una historia de viajes, adaptaciones, mestizajes y encuentros entre culturas. Algunas cruzaron océanos para llegar hasta nosotros; otras han estado aquí desde siempre, esperando ser redescubiertas.
La próxima vez que te comas un mango o una guayaba, saboréalos no solo por su dulzura y nutrición, sino por todo lo que representan: la capacidad de la naturaleza de adaptarse, mezclarse y florecer en nuevos territorios… igual que nosotros.

